Marino Berigüete
Por Marino Berigüete
El problema no es solo que haya ladrones en la política. Eso ya lo sabíamos. El problema es que les abrimos la puerta, les servimos café, les dimos el Wi-Fi y les dejamos el país en modo avión. Porque claro, mientras roben con traje y no con pasamontañas, mientras se hagan fotos mientras abrazan gente y no en la escena del crimen, todo parece estar en orden.
La corrupción no necesita esconderse. Solo necesita que miremos para otro lado. Que nos acostumbremos. Que digamos “siempre fue así”. Que creamos que no hay alternativa. Y ahí es cuando se vuelve invencible: cuando baja del titular al refrán.
Es cómodo pensar que el poder corrompe a los políticos. Más incómodo es admitir que somos nosotros los que aceptamos la corrupción como si fuera parte del sistema operativo. Que el cinismo no vino de arriba: creció en la calle, en el bar, en la sobremesa del domingo. En esa risa que suelta alguien cuando dice: “Este roba, sí, pero al menos hace algo”. Como si eso bastara. Como si una autopista asfaltara también la conciencia.
El crimen organizado no entra a las instituciones a punta de pistola. Entra con corbata, de la mano de un lobby, con promesas de inversión y algún que otro sobre bajo la mesa. Pero para eso necesita un permiso. Y ese permiso se lo damos nosotros, cada vez que nos callamos, cada vez que decimos “yo paso de la política”, como si la política fuera una afición y no el lugar donde se decide todo lo que importa.
El silencio no es neutral. Es gasolina. Es el oxígeno que alimenta la podredumbre. Y no hace falta ser activista para combatirlo. Basta con no votar al sinvergüenza. Basta con no aplaudir al que miente. Basta con dejar de tratar la honestidad como si fuera una rareza.
Porque si seguimos así, un día nos despertaremos con el país hipotecado, la justicia vendida, y el Congreso convertido en un club de impunidad. Y preguntaremos qué pasó. Y alguien, con razón, nos dirá: no pasó nada. Ese fue el problema. No pasó nada. Nadie dijo nada. Nadie hizo nada.
Y el crimen, agradecido, se quedó a vivir.
Demuéstrame que estoy equivocado…